Los spin doctors son esas gentes que, entre bambalinas, se han apoderado de los partidos, que se han rendido a estos consejeros, encargados de tomar resoluciones clave que los líderes asumen a pies juntillas y sin cuestionar. Los principios, los programas o bien las estrategias se han vuelto secundarias. Lo político se ha reducido a la nada, a un simple y demagógico slogan, por la dictadura del corto plazo, el tacticismo social y la mercadotecnia.
No resulta muy admisible, ni aconsejable, que puedan hacerse cargo de una cuestión tan compleja, incómoda y multidimensional como es la crisis ecológica. Y sin embargo nos pretenden dar lecciones a todos y todas, todas y todos los días. Ahora que la política institucional adolece de inventiva, estas aseveraciones pueden parecer una provocación. Estamos gobernados por imbéciles e imbécilas creados en serie por las Universidades de lo Políticamente Correcto y el Imperio de la Globalización.
Ya estas discusiones se trasladaron un día al partido y serían uno de los desencuentros por los que un año después sería expulsado alguién por Lenín. Si bien sin duda suponen un antecedente para meditar otras temáticas y formas posibles de colaborar entre quienes idean mundos y quienes rigen el planeta. En especial para abordar desafíos como son la urgencia climática. Los relatos sobre el futuro jamás han sido narraciones neutrales ni puros juegos literarios. En las imágenes sobre el mañana lo que eminentemente se se está proyectando son reflexiones sobre el presente y de las posibilidades de intervenir sobre él. El pensamiento crítico pasó del idealismo utópico a las distopías, como literatura de los malestares sociales y de demanda de los apocalípticos futuros a los que nos dirigimos de no corregir el rumbo de nuestras sociedades.
La distopía fue un cobijo para compartir reflexiones sobre las posibles derivas déspotas de nuestros regímenes políticos, la carencia de control social del conglomerado tecnocientífico, la creciente desigualdad, las múltiples formas de opresión o bien la urgencia de ecofascismos frente a la insostenibilidad ecológica. Los futuros desastrosos ficcionados anteriormente empiezan a ser demasiado probables, y pierden el valor que podrían tener como detonadores del cambio social. Un perfecto ejemplo serían las estremecedoras imágenes de los incendios de Australia, que semejan una película o bien un juego para videoconsolas, y que son tal como habríamos imaginado el fin del planeta. Hemos perdido el futuro, mas no podemos continuar perdiendo el tiempo.
Por contraintuitivo que parezca, es posible que una de las cosas más prácticas que podemos hacer es armar una narrativa sobre de qué manera serían nuestras sociedades si hubiese habido éxito en las transiciones ecosociales que tenemos por delante. El reto de nuestro tiempo es esbozar representaciones de sociedades como opciones alternativas. La mejor materia prima que tenemos para provocar este ejercicio de entusiasmo serían nuestras modestas opciones alternativas, desarrollando una mirada apreciativa, capaz de imaginar las potencialidades de ciertas prácticas si creciesen, proliferaran, gozaran de legitimidad institucional. Allá donde lo fácil sería hallar insuficiencias, faltas y defectos, el reto es adivinar las claves que pueden hacer de las alternativas realidades más viables, creíbles y también inspiradoras.
Hay una coalición pendiente de hilar entre autores de ficciones, narradores de historias, artistas, por una parte, y la comunidad científica y el activismo ecologista, por otro. Desde espacios como el Foro de discusión Transiciones andan tratando de edificar esas complicidades, y mientras que lo consiguen, se conforman con ir publicando una serie de artículos que doten de contenidos a las diferentes dimensiones de la urgencia climática. Una forma de ampliar y difundir conocimientos y problemáticas que deben ser parte de los relatos sobre futuros alternativos deseables.
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