¿Está muriendo la WEB como la conocíamos?

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¿Está muriendo la WEB como la conocíamos? La nostalgia digital no puede salvar la caída de la WEB

Estamos en julio de 2025, en algún punto intermedio entre el zumbido de las superapps y el eco de Geocities. La WEB, aquella galaxia abierta de enlaces azules, gifs absurdos y foros eternos, se nos escapa entre los dedos mientras miramos fijamente pantallas que ya no nos piden que naveguemos, sino que obedezcamos. Sí, la web está perdiendo protagonismo, y no, la culpa no es solo de ChatGPT ni de la IA que responde sin preguntar. La verdadera historia es más turbia, más humana, más absurda.

“Cada clic es ahora una decisión existencial”

Hace no tanto, uno se sentaba frente al ordenador y se perdía. Era hermoso. Era libre. Hoy, cada vez que abro el navegador, siento que algo se ha roto. Como si entrar a la web fuera un gesto de resistencia vintage, como poner un vinilo o escribir una carta a mano. Es que estamos online menos tiempo que antes, pero más cansados que nunca. Los datos son claros: la jornada digital media bajó a seis horas y treinta y seis minutos diarios, casi una hora menos que en 2021. Y no, no se debe a una repentina revelación mística sobre el tiempo o la vida, sino a algo más molesto: fatiga.

Y no cualquier fatiga. Hablo de una resaca tecnológica, de ese momento en que miras el móvil y piensas: “¿Otra notificación? ¿Otra campaña de email? ¿Otro maldito pop-up de cookies?”. Según los estudios, una de cada cinco personas hace pausas digitales deliberadas. Y no son esas pausas místicas de monje zen. Son más bien exilios digitales desesperados. Es gente cerrando sus cuentas de correo porque ya no pueden más. Gente como tú. Como yo.

“Antes navegábamos. Ahora simplemente flotamos entre algoritmos”

La web, como concepto, ha sido secuestrada por respuestas que no necesitan clics. ¿Para qué entrar a una página si Google ya te da el resumen? ¿Para qué visitar un blog si ChatGPT te contesta al instante, sin molestar? El Click Through Rate del primer resultado cayó del 28% al 19% después de los nuevos “AI Overviews”. Las búsquedas se han convertido en un juego de espejos: preguntas algo y recibes una cápsula perfecta, sin alma, sin enlaces, sin historia.

Y mientras tanto, ChatGPT acumula más de 3.000 millones de visitas mensuales. No se trata solo de un boom, sino de un cambio de hábito. Lo que antes era una búsqueda en Google, ahora es una charla con un modelo de lenguaje. Es más rápido, sí. Más cómodo. Pero también más… ¿desolador?

Porque la conversación ya no es contigo. Es con un sistema que te anticipa, te resume, te simplifica. Y en ese proceso, algo se pierde: la serendipia digital, esa magia de perderse y descubrir.

“De Facebook a TikTok, de enlaces a hashtags”

Facebook ya no es el mismo. No te lo digo como abuelo nostálgico, sino como testigo de su lento y doloroso abandono. El tráfico a medios desde la plataforma se ha desplomado un 60%. Meta ya no quiere ser la ventana al mundo informativo; quiere ser la televisión de bolsillo, un circo de vídeo corto y filtros animados. Los editores de noticias ya no tienen sitio en ese banquete visual.

Pero el verdadero golpe viene desde las nuevas generaciones. Entre los jóvenes de 16 a 34 años, el 48% ya busca antes en TikTok o Instagram que en Google. Así es: el buscador más poderoso del mundo está siendo reemplazado por una red de bailes y tutoriales. Ya no se escribe “www.loquesea.com”, ahora se escribe “#loquesea” y se espera una coreografía explicativa. El hashtag sustituye al dominio, y eso cambia todo.

No se trata de estética. Es una transformación total del mapa digital. Pasamos de navegar a consumir. De buscar a recibir. De elegir a deslizar.

La web cerrada, el fin del viaje

Y si creías que aún quedaba algo de esa web abierta que tanto amábamos… lo siento. El 90% del tiempo en dispositivos móviles ya ocurre dentro de apps. Todo está encapsulado, encerrado, calculado. Spotify, Instagram, WhatsApp. Superapps que no quieren que te vayas. Que te lo dan todo, pero te quitan el paseo.

La experiencia clásica de navegación —entrar, saltar de enlace en enlace, perderse durante horas— ha sido arrinconada por interfaces suaves, algoritmos predictivos y burbujas de contenido a medida. Uno no navega más. Uno flota. Uno consume. Y la web, esa vieja señora de espíritu libre, observa desde la ventana, como una biblioteca abandonada.

Y como si fuera poco, los técnicos también atacan

Los bloqueadores de cookies, las consent-walls, las actualizaciones de Google que purgan contenido artificial… Todo suma al desmoronamiento. La medición de audiencias se vuelve opaca. Las páginas ya no saben quién entra, ni cuánto tiempo se queda. El contenido “de relleno” desaparece, y solo sobreviven los textos con sustancia, los que aportan algo más que palabras vacías.

Es un cambio técnico, sí. Pero también un grito de auxilio: o le das algo real al usuario, o desaparecerás del índice. No basta con llenar tu web de frases SEO. Hoy, hay que escribir con intención. Con alma. Con voz.

Cambios demográficos, hábitos al revés

Hace poco me topé con un dato curioso. Mientras las mujeres de entre 16 y 24 años reducen su tiempo online hasta 50 minutos menos por día, los mayores de 55 años lo incrementan. Una inversión generacional, una paradoja digital. Las jóvenes desconectan para respirar. Los mayores se conectan para no sentirse solos. Ahí tienes el nuevo mapa humano de internet.

Es como si la web ya no hablara el mismo idioma para todos. Como si cada grupo buscara su rincón digital: unos en apps, otros en foros olvidados, otros en tutoriales de TikTok, otros en webs gubernamentales. Lo común desaparece. La web se fragmenta. Y con ella, nosotros también.

Y las marcas, claro, corren a adaptarse

Las consecuencias para medios y empresas no son menores. Se acabó lo de poner una web y esperar visitas. Hoy toca adaptarse a las respuestas enriquecidas de IA. A vender dentro de Instagram. A diseñar contenido profundo que el algoritmo no quiera borrar.

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Toca estar donde el usuario ya está: en su app, en su feed, en su momento.

“Si la web va a ser museo, que sea uno con encanto retro”

“No es que la web muera, es que envejece con estilo”

Lo curioso de todo esto es que no siento tristeza. Siento nostalgia, sí. Pero también cierta ternura. Como cuando ves una cabina telefónica en mitad de la ciudad. Como cuando descubres una web noventera todavía viva, con gifs, fondos chillones y contadores de visitas.

Veo un futuro híbrido. La web como archivo abierto, como memoria de lo que fuimos. Y las superapps como salones recreativos futuristas donde todo pasa sin salir de la interfaz. Quizá navegaremos menos, pero cuando lo hagamos querremos algo especial. Querremos experiencias memorables, casi de coleccionista. Como una edición limitada. Como un fanzine digital.

Y sí, la web seguirá emitiendo. Como esas viejas radios de válvulas que nunca se apagan del todo. Emitirá para los nostálgicos. Para los exploradores. Para los que aún creemos que un clic puede ser el inicio de una buena historia.

“Solo quien se pierde puede descubrir algo nuevo”

“La web no es un canal. Es una actitud”

La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.
(Proverbio tradicional)

¿Volveremos a navegar como antes o ya es demasiado tarde?

¿Será este el principio del fin o el comienzo de una nueva edad de oro digital? ¿Desaparecerá la web o se transformará en un objeto de culto, como las polaroids o los casetes? ¿Podremos escapar alguna vez de las apps que lo engullen todo?

Ahí queda la incógnita, flotando en la nube. Como un gif de 1999 que aún carga en alguna web olvidada.

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